TiraEcol

Tira Ecol

viernes, noviembre 24, 2006

Vanidad y Libros

Soy vanidoso, lo admito y me lleno de orgullo. Nunca he dejado de admirarme al pasar frente a cualquier objeto que se digne devolverme mi reflejo y hasta sonrió a los dulces mortales que miran tan curiosas demostraciones de amor propio. Y para los vanidosos, no hay nada más doloroso que notar algo que nuble nuestro atractivo exterior, sustituyendo miradas de admiración y atracción, por otras de lástima o ignorancia. Y todo por una pelota, una inflamación que persiste como Napoleón en media batalla perdida de Waterloo, como tormenta de nieve con el sol coronándola, como un incendio diminuto que huye a su extinción. Sigue ahí y me molesta; es tanto incomodo verla surgir en cada sombra, como sentir un ligero dolor al abrir mis labios, sin importar lo ligera que sea la acción. Recibo burlas, risas, cánticos en honor a mi pelota y simplemente me río; el día que no podamos reírnos de nosotros mismos, estamos perdidos. Pero todo es fácilmente solucionable, eso es simplemente temporal, pues como diría un gran libro, lo irreal no nos es amenazable y lo único real es lo eterno, por lo tanto, mi pelota no es nada; si aún así decide seguir viviendo, una meditación con mi Yo Mayor la hará irse por donde vino, con su rabo entre las patas y sus puntos negros en su cansado hombro. ¡Adiós mi pelota!

Por el otro lado, sintiendo la comida de la soda que tanto atrae mi cariño, termino de leer un libro más. Los tiempos de Adriano quedan atrás, mientras me enfoco en asuntos más recientes. Historias de magníficos templarios que luchan por sus millones de secretos en un mundo actual todavía doliente por dos torres derrumbadas y por un tumor de terrorismo que nunca se sabe si es pura imaginación o no; es harto probable que si se cree en un tumor que no existe, se termina por crear. El libro me hace pensar, seriamente y con furia, más al llegar a su maldito final. Veritas vos Libera, siempre y sin excepciones; sea como sea la verdad está primero, aún si su precio está en la destrucción de una base de la sociedad. El hombre que vive en mentira está encadenado, sin libertad, infeliz sin darse cuenta. Y aún más, indagando más en el libro, develar la verdad de una sociedad lucrativa, como es el catolicismo en general, sería librar a la humanidad del yugo de concepciones tan idiotas como el pecado, la culpa, el remordimiento, el infierno, el castigo eterno y por último y más importante, ese Dios desgraciado que nos odia, vengativo como el peor humano, rencoroso como solo unos cuantos, y masoquista como el Sade, viéndonos sufrir en un hogar de llamas y demonios con colas; Dios es más que eso, es amor, solo amor, igual que nosotros. Por eso, leyendo el final, me enojo. Lo diré toda la eternidad: La verdad debe ser dicha, a menos que el fin no justifique los medios. Pero en este caso en particular, su buena patada en el culo les daría a los protagonistas. Cobardes de mierda, indecisos y poco sinceros consigo mismo. Pobres infelices.

Pero dejando de pelear con ellos, resumo la lectura del británico frío e insensible que trata de recorrer distancias épicas en un tiempo utópico. No lo he terminado, por lo que me niego a decir más. Pero, ¿Será que tanta locuras, risas, dinero gastado, mujeres hermosas y un elefante sean exitosas? Solo el final lo indicará.

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