TiraEcol

Tira Ecol

martes, noviembre 28, 2006

Visita al Padre Cercano

Empezamos el día con las líneas básicas de ayer, los mismos amores e idealizaciones a lo largo del día. Aún así, aburrido como siempre, hubo un ligero cambio en el día laboral; la extraña todavía dueña de nuestros destinos nos habla en un cómodo salón donde todos escuchábamos atentamente sentados en el suelo cada una de sus palabras. En mi caso, escuché pero pocas veces entendí. Me reía cuando los demás lo hacían o ante algún chiste gráfico tan bien representado por su rostro o cuerpo, pero en general, no capté el sentido que buscaba darle a sus palabras. Lo que si es cierto es que debía ser algo bueno, pues reiteradamente notaba asentimientos a lo largo del público, y más de una expresión de asombro y felicidad. Sea como sea, comprendo también que no me tocará experimentar ni las dichas ni los problemas del cambio; para cuando la nueva empresa empiece a fustigarnos con el látigo, yo ya estaré afuera, estudiando mi amada filología, trabajando en quien sabe que lugar, y en que tarea. Por el momento, disfruto de las promesas que sé no voy a saborear y sufro por las miles eventualidades que pueden surgir que sé no voy a soportar. Trato ser uno más del grupo, aún cuando me siento totalmente aislado. Un esfuerzo para unirme al espíritu de equipo que nos tiene que envolver con delicadeza y rapidez. Un esfuerzo que a la larga puede probarse inútil por mi falta de entusiasmo. Pero, termine como termine, un esfuerzo sin embargo.

Y apenas salgo del trabajo, me veo forzado a participar en este espíritu navideño que tanto me obstino en rechazar; tenía que comprar un regalo para estas actividades navideñas laborales. Las transacciones fueron hechas con prisa y luego de gastar la suma mínima, pude respirar con alivio, sabiéndome libre de esta trampa por dos semanas más. Y no es que odie la navidad y sus demás hijos; no pretendo ser como el famoso Grinch frustrando la susodicha felicidad de todos. Me molesta que la costumbre sea tomada con tanta naturalidad, viniendo de gringolandia, la capital del capitalismo divino, sin ser cuestionada ni analizada; me molesta que se olvide todo el significado hermoso de la fecha por unos cuantos regalos. Pues, al final de todo, el árbol muerto en la sala, las botas, los regalos, las luces, la música y el viejo barbudo se resume en esto: Una simple transacción comercial. Por eso me niego a participar en ella, reuniéndome con gente que opinando lo mismo que yo, no se siente obligada a recibir o dar regalo alguno. El 25 entonces pasa a ser un día normal. Respeto eso si las creencias personales sobre la festividad en si, por lo cual me limito a sonreír ante cada queja sobre las dichosas compras navideñas, o etc. Cualquier podría confundirme con uno de esos mortales que corren como locos por garantizar un premio a cada uno de sus conocidos, si no es que tiene que pensar en una cena navideña obligatoria, o en el árbol que no ha terminado de decorar. Pero por dicha, no es así. Para ellos, toda la dicha se reduce a los malditos regalos, los únicos capaces de hacer olvidar el estrés de toda la obligación de diciembre. Para mí, en donde todos ven cánticos, pesebres, niños dioses durmiendo o sin nacer y abrazos de la nada, yo veo simplemente aburrimiento, tedio, costumbre, tenebrosa comodidad, hipocresía, mentiras y terrible obligación sin diversión. Llámenme pesimista, yo me llamaré realista. Un realista que tiene su forma de modificar su mundo para que sea hermoso, eso si, sin navidad.

Y luego de comprar el regalo, visito a mi padre. Ahora, para ahorrar confusiones de cualquier término, tengo la dicha de contar con dos padres. Así que por cuestiones semánticas, los llamaremos uno padre cercano y el otro lejano, basándonos específica y únicamente en ubicaciones geográficas. Una vez esto aclarado, prosigamos. Visito hoy a mi padre cercano, para comer con él, mientras escuchaba sus quejas y risas sobre un idioma que poco a poco se reaprende por completo, sus trabajos en reinos calurosos y lejanos a esta dulce capital, sus cuentos y últimas noticias. Aún cuando ya mis ojos me pesaban por un cansancio que me había absorbido una vez la comida engullida, permanecí hasta que mis energías me lo permitieron, rehusando a la vez una invitación a dormir ahí, alegando cosas que hacer en mi apartamento; realmente, quería venir para dormir en mi cama y escribir este diario, para bañarme en mi baño y vestir mi ropa fría. He llegado ya al punto que me vuelvo hogareño y prefiero sobre muchas cosas mi almohada y cepillo de dientes, que de tanto usar se empieza a torcer. Pero para finalizar la historia de mi padre, lo noto cansado, enfermo por una gripe pasajera, fuerte en sus convicciones, pero con un destello de debilidad en su mirada; son muchas las luchas que ha tenido que sufrir, y muchas otras las que sigue soportando día a día. Lo admiro y quiero infinito por eso; aún con sus rollos y asuntos pendientes, es un hombre digno de admirar.

Y por último, noto la diferencia abismal entre ese San José sucio y ruidoso y esta Moravia que amo sin tapujos. Aquel, contaminado, inseguro, oscuro, lleno de ladrones, y policías, lleno de papeles tirados y carros a millares, ese que fue en su momento mi hogar, se me presenta como una prostituta que trata de redimirse estando todavía en la esquina vendiendo su cuerpo. Tiene sus lados hermosos, sus parques, su gente y sus monumentos callados que no buscan elogios. Pero toda su grandeza es muchas veces eclipsada con las colillas de cigarro en el suelo, con las nubes de humo que coronan sus edificios altos, con ese mendigo que nos pide plata y osa perseguirnos si damos un no como respuesta. Solo llegar a mi hogar y siento la ligereza de aire y espíritu que me rodea; Moravia es para mí un paraíso que puede perfeccionarse aún más, pero del cual sus parques, gente, relativa limpieza dependiendo donde uno vea, y por último, el sublime retiro de mi hogar del ruido y la contaminación la hacen una real joya costarricense. Pocas cosas o razones me sacarían de aquí con gusto, siendo la playa o la montaña una de esas razones. Por todo esto, agradezco mi Dios haberme proporcionado este hogar lejos del bullicio de lo mundano, un lugar donde me puedo sentar afuera, sientiendo el viento frío en mi torso desnudo y pies descalzos sin preocuparme por un eventual ladrón o un vengativo vidrio roto de alguna trifulca anterior. Gracias, gracias, gracias.

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